Leyendo los medios virtuales colombianos y conversando con gente me he dado cuenta que una de las palabras más significativas en mi vida “sionista” o “sionismo” se ha vuelto, de la noche a la mañana, no sólo una palabra de uso cotidiano sino una mala palabra. En esta nueva Weltanschaung del colombiano culto de izquierda, “los sionistas” son una organización altamente jerarquizada de personas cuyo fin es arrebatar la mayor cantidad de territorio a un pueblo indefenso. En el mejor de los casos, como me dijo una persona doctorada en Alemania y profesor titular de una de las mejores universidades del país, la creencia es que “no hay sionistas de izquierda, no hay sionistas buenos”. Ante este desolador panorama intelectual, cuyos orígenes desconozco, lo único que este virtual servidor puede hacer es tratar de disipar ciertas dudas y ciertos mitos sobre lo que es y lo que no es el sionismo.
Comencemos por lo que el sionismo no es.
1.) El sionismo no tiene nada que ver con “Los protocolos de los Sabios de Sión”. “Los protocolos de los sabios de Sión” es una fabricación de la policía zarista basada en la paranoia decimonónica europea en contra de las sociedades secretas. Su propósito era distraer la atención del público ruso de la corrupción rampante en la corte de los Romanov. (Más sobre “Los protocolos” en un post de hace unos meses.) No obstante, este dichoso librito ha sido el caballito de batalla de todos los antisemitas modernos- desde Henry Ford, pasando por Hitler y terminando en Mahmud Ahmedinijad. Publicado en casi todos los idiomas de la tierra, “Los protocolos” siguen siendo un best-seller cien años después de haber visto la luz. Tristemente, a pesar de ser una de las obras más despreciables de la propaganda política, éste sigue siendo vendido no sólo en por las librerías “esotéricas” de garaje sino en la Librería Nacional –en donde está puesto en el anaquel de “historia”. ¿Por qué personas cultas e inteligentes están dispuestas a creer estas fabricaciones?
2.) El sionismo no es una organización. A pesar de que hay organizaciones sionistas, muchas de ellas multitudinarias y muy jerarquizadas, el sionismo como tal no es una organización. El sionismo es un movimiento político y social con un amplísimo espectro ideológico (como lo es por ejemplo, en su derecho, el socialismo). Hay sionismo de izquierda y de derecha. Sionismo religioso y sionismo secular. Sionismo político y sionismo cultural. Sionismo de la Intelligenstia y sionismo popular. Hay sionismo comprometido y sionismo de salón. “LOS sionistas”, así como “LOS judíos” no existen. No hay una sola organización, bajo un único liderazgo, que contenga a todos los sionistas ni a todos los judíos. Yo por mi parte, estoy dispuesto a jurar que no me reuno en un sótano oscuro con otras personas de nariz ganchuda a planear la caída y la opresión de pueblos enteros.
3.) No todos los judíos son sionistas. A pesar de que, en mi opinión, ser sionista es un aspecto que enriquece a todo judío, no todo el mundo comparte esta opinión (cosa que no me quita el sueño ni me enfurece, como parecen pensar algunos de mis conocidos). Hay judíos, incluso dentro de Israel, que por motivos políticos y académicos no se identifican con el sionismo. Entre ellos se cuentan intelectuales de la talla de Noam Chomsky y de Ilán Pappe. Hay otros judíos que, por motivos religiosos, deciden distanciarse del proyecto político sionista. Entre estos se encuentran un porcentaje respetable de la población ultra-ortodoxa, tanto en Israel como en la diáspora, especialmente los miembros de la secta jasídica Satmar y sus parientes, los Neturei Karta (en arameo “guardianes de la ciudad”). Estos son los judíos ultra-ortodoxos que pueden ser vistos con carteles anti-Israel en casi toda manifestación anti-israelí en el Hemisferio Occidental. (Lo que yo, personalmente, hallo paradójico es que el judío ultraortodoxo, vestido de negro y con churcos –peyot- se haya convertido en el símbolo por excelencia del Sionismo en las caricaturas anti-Israel, siendo que un porcentaje notorio de esta población rechaza el Sionismo. Esto no es solo paradójico sino también extremadamente peligroso. Esta misma línea de pensamiento es la que lleva a gente en la diáspora a quemar sinagogas y a atacar judíos por la calle, so pretexto de ser anti-Israel.)
4.) No todos los sionistas son judíos. Como el sionismo es un movimiento ideológico y no una organización étnica, hay muchas personas que se identifican con sus principios sin ser necesariamente judíos. Durante mi estadía en la Universidad Hebrea tuve el placer de conocer a personas de todas las nacionalidades y religiones (cristianos, budistas, shinto, zoroastrianos e incluso algunos musulmanes) que defendían acérrimamente el Sionismo. Cada año el ejército israelí y los kibbutzim reciben a miles de voluntarios de todo el mundo que vienen a vivir en carne propia los ideales sionistas y a prestar su ayuda al desarrollo del estado de Israel.
5.) El Sionismo no es racismo. De nuevo, el Sionismo como movimiento ideológico y político es tremendamente amplio. Hay interpretaciones del Sionismo que son abiertamente racistas, como las del difunto rabino Meir Kahane. No obstante, estas doctrinas son, gracias a Dios, una minoría muy reducida dentro del amplio espectro del Sionismo. El Sionismo en sí mismo no es racista. El Sionismo no es una doctrina supremacista del pueblo judío (como tampoco lo es el judaísmo, como aclararé muy pronto en otro post). Y, especialmente, el Sionismo no es un movimiento anti-árabe ni anti-palestino.
Con estos mitos fuera del camino prosigamos a explicar entonces qué es el Sionismo. Para entender esta pregunta nos tenemos que desplazar al último tercio del siglo diecinueve cuando éste surge como un movimiento de masas. En este momento la población judía mundial estaba divida en dos grandes grupos. El primero, eran aquellos judíos que vivían en países de Europa occidental y en los Estados Unidos de América. Estos judíos, generalmente de clase media, eran ciudadanos de los países en los que habitaban y, como tales, contaban con derechos individuales. (Es importante notar que este proceso de “emancipación” de los judíos en estos países era muy reciente. Los judíos americanos recibieron ciudadanía con la revolución pero sus parientes en el Oeste de Europa tuvieron que esperar hasta Napoleón para que la promesa de “Liberté, Egalité et Fraternité” fuese extendida también a ellos.) El resto de la población judía, la gran mayoría, vivía en el este de Europa (Rusia zarista) o en el vasto Imperio Otomano (desde Marruecos hasta Irán). Estos judíos vivían en sociedades premodernas que no estaban dispuestos a concederles derechos individuales ni, en muchos casos, a respetar sus vidas. En Rusia, la situación era particularmente desesperanzadora, con la mayoría de la población judía viviendo en la miseria en el área determinada como el “palio de asentamiento”. Los últimos años del siglo diecinueve vieron un incremento en la violencia en contra de las comunidades judías en Rusia en forma de pogroms (destrucción sistemática de comunidades rurales judías llamadas “shtetl” o “shtetalaj”) y un incremento en las políticas zaristas en contra de los judíos (como la conscripción forzada de jóvenes judíos por veinticinco años en unidades militares rusas cuyo objetivo era asimilar a la población). Esta situación de persecución y miseria tuvo como resultado la emigración de más de dos millones de judíos del Este de Europa a los Estados Unidos en los próximos años y sería el fermento ideal para la aparición del movimiento sionista.
La miseria de los judíos del este de Europa así como los movimientos nacionalistas de finales de siglo (los cuales produjeron la creación de la nación alemana, italiana, yugoslava, húngara, entre otras) comenzaron a calar en las mentes de los judíos de la Europa ilustrada y occidental. ¿Cuál es la respuesta para resolver el antisemitismo y la persecución de los judíos en el Este de Europa? ¿Cómo podemos garantizar los derechos de la mayoría de la población judía la cual vive en países que no son democráticos ni ilustrados? La respuesta, vagamente expresada, fue: la creación de un hogar nacional para los judíos dónde éstos tengan control sobre las instituciones y constituyan la mayoría de la población (y no una minoría susceptible a la persecución o la expulsión). Nótese que, en estos primeros años del movimiento sionista, todavía no existía la idea de un “Estado Judío” sino de “un hogar nacional”. Muchos pensadores sionistas tempranos, como Lev Pinsker, pensaban que este hogar nacional podía construirse en Europa –en algún lugar de Rusia- donde toda la población judía se concentraría y tendría cierta autonomía política, pero sobretodo, tendría autonomía cultural (esta idea fue adaptada luego por Stalin en la creación de la región autónoma de Birobidyán en Kamchatka). Otras ideas consideraban el establecimiento de este hogar nacional en algún lugar remoto de las colonias británicas (en África, lo que hoy es Uganda), en las pampas argentinas, o en Canadá comprado con la fortuna de las grandes familias banqueras del Oeste de Europa (los Meyer y los Rotschild). Otras pensadores, incluso desde esa época temprana, consideraban que el único sitio posible para este hogar nacional era la tierra ancestral del pueblo judío: la Tierra de Israel, la cual en este momento era la colonia turca de Palestina.
Esta idea de un retorno colectivo y del establecimiento de un hogar nacional no es algo nuevo en el judaísmo. Desde la destrucción del Templo de Jerusalén a manos de los romanos y el fin de la autonomía judía en el año 70 E.C. (era común), los judíos piadosos dicen tres veces al día en sus oraciones: “Toca el gran cuerno de nuestra liberación, y alza tu estandarte para recogernos de entre las diásporas y reúnenos desde las cuatro esquinas de la tierra. Bendito eres Tú Señor que reúnes a los expulsados de Tu pueblo Israel.” La Bibla Hebrea, en distinción al Nuevo Testamento cuyo énfasis está en la piedad personal, es una legislación colectiva: una politeia para la nación de Israel. En este sentido, el retorno a una forma de existencia autónoma y colectiva (en la tierra ancestral) es un valor constante a través de los dos mil años de existencia diaspórica del pueblo judío. Sin embargo, el advenimiento de este retorno había sido por dos mil años dependiente de la venida del Mesías, el cual traería de vuelta al pueblo a la tierra. En este sentido, el Sionismo heredaba los valores del judaísmo tradicional pero también implicaba una revolución en los valores del mismo: el pueblo judío crearía su propio destino sin esperar la llegada del Mesías.
En este periodo temprano del Sionismo este movimiento era tan diverso como lo es hoy. Había sionistas religiosos (llamados jovevei tziyón) que querían establecer centros de población judíos en la tierra de Israel que se comportaran de acuerdo a los valores tradicionales del judaísmo. Sionistas seculares que querían un estado laico sin influencia alguna de la religión judía en la vida de sus ciudadanos. Sionistas moderados que creían en un estado laico pero con un gran componente cultural basado, más que todo, en el renacimiento de la lengua hebrea como lengua viva. Con el paso del tiempo, la mayoría de los movimientos sionistas se consolidaron en dos campos. El Sionismo político, basado en las obras del periodista húngaro Teodoro Hertzel, y el Sionismo cultural, basado en las obras de el pensador y ensayista Asher Ginzburg, mejor conocido como Ahad Ha’am (“uno más del pueblo”). El Sionismo político, influido por los movimientos nacionalistas europeos, insistía en que un hogar nacional no era suficiente sino que era necesario un estado judío. Un estado laico democrático que sirviera de refugio y de hogar a cualquier judío en el mundo, y que a su vez representara al pueblo judío en el panorama internacional. (Por ejemplo, un estado que pudiera declarar sanciones o incluso la guerra a un país que, como la Rusia zarista, seguía masacrando a su población judía). El Sionismo cultural insistía en la importancia de crear un asentamiento numeroso en la tierra de Israel que desarrollara una cultura judía nueva basada en el hebreo y en el retorno a la tierra. La autonomía política y las aspiraciones estatales no eran tan importantes como la reconstitución nacional y la reeducación cultural después de dos mil años de existencia diaspórica e irregular. Sionistas de todos los bandos comenzaron a confluir en la tierra de Israel y a construir, en tierras adquiridas de los turcos, un asentamiento judío basado en ideas sionistas.
Ahora, dentro del Sionismo moderno, el cual es heredero del Sionismo político de Herzl y dependiente de los movimientos políticos dentro del Estado de Israel y las comunidades de la diáspora, hay una gran variedad de subgrupos. Buena parte de los ciudadanos de Israel siguen una interpretación del Sionismo influenciada por la ideología socialista de los padres fundadores del Estado de Israel como Ben Gurión. La mayoría de estos sionistas de izquierda apoyan la creación de una zona autónoma palestina y una buena parte incluso apoyan la creación de un estado palestino. Otra facción, creciente en popularidad en Israel, defiende una más pragmática que ideológica del Sionismo. Por ejemplo, Ariel Sharón y Ehud Olmert (considerados betes noires por la mayoría de la izquierda mundial) han estado dispuestos a hacer concesiones territoriales sin precedentes para salvaguardar la integridad y la seguridad del Estado de Israel, no porque crean que un estado palestino es una necesidad moral sino por que creen que la única forma de mantener un estado Israelí seguro es a través de concesiones territoriales. Una fracción más pequeña defiende un Sionismo de derecha el cual, en principio, se opone a concesiones territoriales y cree en el valor ideológico de asentar toda la antigua tierra de Israel. En resumen, sionistas fueron tanto Begin como Rabín. Sionistas son Olmert y Sharón como los activistas del movimiento pacifista Shalom Akshav (¡Paz Ya!). Sionistas son los soldados que manejan los retenes como las personas que lo protestan. Sionistas son los colonos de Hebrón como los activistas de izquierda que ayudan a campesinos palestinos a recoger sus cosechas de aceitunas. Sionistas son los constructores de la valla de seguridad como aquellos que la protestan. Estas personas, muy diferentes entre sí, mantienen una idea en común: la existencia de un hogar nacional en el estado de Israel para el pueblo judío es una necesidad y un derecho. Ahora, dentro de las múltiples interpretaciones de esta idea común hay muchas diferencias de qué tipo de estado debe ser, y qué tan grande y en qué relación con sus vecinos. Toda interpretación simplista y maniquea de esta realidad es no sólo ignorante sino irresponsable.
Para la muestra un botón o, mejor, una pared. Hace poco menos de un mes, bluelephant –con el que hemos discutido muchísimo sobre este tema y estamos en casi total desacuerdo- me mandó la siguiente foto. Este graffiti, realizado en uno de los muros de la Facultad de Artes de la Universidad Nacional de Colombia en Bogotá, muestran lo terriblemente triste que la es la ignorancia sobre este tema en el ambiente académico colombiano, especialmente en la izquierda.
Yo sé que es inútil emocionarse por lo que uno ve escrito en las paredes de la Ciudad Blanca (este no es el graffiti más estúpido que ha adornado sus paredes) pero éste es un ejemplo de la irracionalidad y la ignorancia que acompañan las opiniones sobre este tema. Ahora, esto no significa que toda opinión racional e informada tenga que estar de acuerdo con la mía, como creen pensar ciertas personas. Simplemente me parece que un conflicto del que depende la vida y seguridad de millones de personas (judíos, palestinos) y posiblemente la seguridad del mundo entero, merece más atención y más estudio que el evidente panfleto y la consigna refrita. Mientras en Bogotá la gente escribe sin saber, en las calles de Jerusalén y de Jenín sigue muriendo gente. Esta gente me importa muchísimo, por eso me informo.
De lo que no se sabe hablar, es mejor callar.
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